mercoledì 10 giugno 2015

Pareja espectro


Mi prendesti la mano,
salimmo fino agli ultimi
piani del rapimento
 
Me cogiste la mano,
subimos a los últimos
pisos del arrebato
P.Salinas
 
@_Ironica1_
PAREJA, ESPECTRO


 
Nunca agradeceremos
bastante a tu belleza 145
el habernos salvado
otra vez del diluvio:
cuando el agua subía
en el hervor terrible
de la primera cólera del mundo, 150
y tú en tu mano abierta
nos pusiste a los dos,
a ti y a mí, y alzándola
hasta cerca del cielo,
donde nunca ha llovido, 155
escapamos en ella
del amargo torrente
de cristal y pecados
en que tantos hermanos nuestros perecieron.

Nunca agradeceremos 160
bastante a tu belleza
un acto incomparable:
poder pisar la nieve.
Yo miraba asombrado
la blancura hecha mundo, 165 al despertar un día.
¿Quién, quién iba a atreverse
a pisar sobre ella
sin tener esas alas
con que nada se pisa? 170
Me cogiste la mano,
subimos a los últimos
pisos del arrebato.
Al volver cuatro huellas
sobre lo blanco hay. 175
¿Las nuestras? Imposible,
no anduvimos. Sí, nuestras.
Poner allí la planta,
es nuevo, nuevo, nuevo.
En nada se parece 180
a ponerla en la arena,
blanda como el cadáver
fatal de las promesas.
Ni a ponerla, lo mismo
que la pone el amor, 185
-inevitablemente,
porque su suelo es ése-,
en el pecho de un hombre,
sabiendo que lo ahoga.
Es igual que ir pisando 190
por el suelo del aire.
Y se sienten crujidos
tan dulces como en besos,
o en las sedas antiguas,
o en la fresa 195
que se deshace románticamente en la boca,
hacia el seis o siete de mayo.
 
Nunca agradeceremos
bastante a tu belleza
el ofrecerme té a las cuatro, presentándome 200
a aquella dama interesante
que estaba retratada en un Museo
por un pintor abstracto,
y que me confesó
inclinando los ojos a la alfombra 205
persa del XVIII,
que nuestras almas iban
a entenderse muy pronto
y sin error alguno, gracias a...
(No me acuerdo de qué. ¿Gracias a qué, sería...?) 210
Teníamos los dos
rodajas de limón en el té. Y fue por eso
por lo que hablamos en los círculos dantescos, escapando a la pena
de ser tan actuales 215
que la tarde de otoño y los relojes
destilaban desde los cielos y pulseras.
 
Nunca agradeceremos
bastante a tu belleza
el haber libertado a Dafne, 220
después de tantos siglos de ser verde,
para suplir la falta de los pájaros.
(Habían huido todos al fondo de tus ojos
dejando al mundo
sin otro aletear que tus miradas.) 225
Y como siempre necesita el aire
tener algo que vuele por sus ámbitos
tú, comprendiendo el parecido
entre alas y follaje,
volar hiciste todas las hojas, por parejas, 230
igual que pájaros sin cuerpo, repoblando
los aires de averío;
y sin perder las alas trémulas en tus ojos
diste al viento el temblor que necesita.
Por lo cual ese año 235
las hojas no pasaron de lo verde.
Ni hubo una sola que cayera al suelo,
a mendigar melancolías.
Y nadie se dio cuenta del otoño.
 
Nunca agradeceremos 240
bastante a tu belleza
la rotura de los termómetros
cuando el azogue se volvió tan loco
allí en sus venas transparentes
que el corazón del mundo, su calor 245
se podía romper de latir tanto.
Tú me enseñaste con paciencia inmensa
a contar hasta el fin, del dos al tres,
del tres al cuatro, aquella tarde triste
cuando ya no teníamos qué decirnos y tú 250
empezando a contar correlativamente,
uno, dos, tres, cuatro, cinco...
descubriste los términos
de todo lo numérico,
el vacío del número. Y entonces 255
se abolió el gran dolor, la eterna duda
de saber si es que somos dos o uno;
uno queriendo ser dos, o lo contrario, dos,
que atraviesan por pruebas
arduas, como quererse o enlazarse, 260 en busca de ser uno, sólo uno.
Fácilmente comprendes la importancia
de haber traspuesto el numeral tormento
perdiéndonos, del todo y para siempre,
en esa selva virgen tan hermosa: 265
la imposibilidad de distinguirse.
En la cual no penetra nunca
ese rayo del “tú” y del “yo”,
del “me quieres” y del “te quiero”;
todo el dolor de la primera y la segunda 270
persona, que separa
a dos personas para siempre
en las gramáticas y el mundo.
 
Y, sobre todo, nunca,
nunca agradeceremos 275
bastante a tu belleza
el habernos librado
de tu misma belleza, del terrible
influjo que podía haber tenido
sobre la calma de los mares, sobre Troya, 280
y sobre algunos pasos míos en la tierra.
Por eso ahora podemos
andar despacio por las calles
por donde todo el mundo corre,
sin que nadie se fije en que existimos. 285
Y al vernos, al pasar, en los cristales
de los escaparates, dos imágenes
tan parecidas a lo que querríamos
ser nosotros, sentir que nos gustamos,
así, cual dos artículos de lujo, 290
que se pueden comprar.
Y entrar en esa tienda
diciendo al dependiente en voz muy baja,
igual que a un confesor: “Queremos esa
mujer, y el hombre ese 395
que están ahí, en el escaparate.”
Y cuando nos responda atentamente:
“Aquí vendemos sólo catecismos y radios”,
comprender, sonriendo, nuestro error
comprar un aparato de ocho lámparas, 300
un catecismo, e irnos en seguida
a casa, -si no se nos olvida dónde estaba-,
a buscar, hacia atrás, desde el jardín primero,
por la radio del tiempo
otros dúos de sombras: 305
de aquellos que empezaron nuestro canto.
Y si aún se rezagara alguna duda
en tu alma o en la mía, el catecismo lo contesta todo,
con palabras más viejas que monedas, 310
que tú me lees, sin mover los labios:
“Mundo, demonio, carne... Fe, esperanza...”
Y pasamos la noche,
tranquilos , distraídos
de tu inmensa belleza. 315
Como si tú no la llevaras
encima, fatalmente, sin descanso.
Como si no estuvieran esperándola
las blancas superficies de una cama,
o las almas, -más blancas-, de unos ángeles 320
donde sueles dormir algunas veces,
mientras que yo te miro, despierto, desde el mundo.

Pedro Salinas


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